lunes, 25 de junio de 2012

Donde no hay cabeza, no hace falta sombrero

Por alguna extraña razón siempre me han gustado los sombreros. Son como máscaras sin ser máscaras y cubren la cara sin cubrirla. Se puede cambiar de identidad usando un sombrero, quitándose un sombrero, o viendo cómo una tercera persona usa o se quita un sombrero. Esto se debe básicamente a que los sombreros tienen más personalidad que los seres humanos, cosa curiosa teniendo en cuenta que son éstos últimos quienes dan vida a los primeros.
Pocas cosas son tan pornográficas como una cabeza desnuda. Después de todo, nuestra cabeza es lo más importante que tenemos, y mostrarla así en público, sin pudor alguno, es explícito en exceso.
Imagínense que un día salen a la calle y están todos, dicho coloquialmente, con las pelotas al aire. ¿Qué sentirían? Pues eso sería lo mismo que yo siento día a día, exagerando un poco, cada vez que veo todas esas cabezas desnudas caminando por aquí y por allá, moviéndose en todas las direcciones. La primera vez que ví a un muchacho con los pelos, digamos que arremolinados, me sonrojé al instante y hasta me sudaron las manos. Su exhibicionismo rayó lo descarado y me hizo soñar cosas extrañas.
Imagino, cambiando de tema, cómo será la primera vez que vea al amor de mi vida. La imagen que tengo es la siguiente: tarde nublada y fría, yo caminando vista al suelo, él caminando mirando al cielo, yo con algo en la cabeza, él también. Chocamos. Nos miramos. Nos enamoramos. Seguimos nuestro camino.
Para ese entonces él tendrá 75 años y yo 65. Nunca nos volveremos a ver, pero sabremos que yo soy la mujer de su vida y él es el hombre de mi vida. Sabremos que somos lo que siempre buscamos. Y recordaremos esa cosa que llevábamos en la cabeza hasta que el cáncer, la diabetis o las reumas nos ganen la batalla. Moriremos sin habernos cogido de la mano y sin habernos visto la cabeza.
Moriremos felices.

miércoles, 6 de junio de 2012

Las huelgas del 62, 50 años después

A sus 82 años, Anita Sirgo, hija del fugado Avelino Sirgo Fernández y ejemplo vivo de la lucha comunista durante el franquismo, recuerda 50 años después "las palizas, el corte de pelo a navaja y la cárcel" que se vio obligada a sufrir.
Un régimen que no les dejaba moverse e innumerables momentos "trágicos"  en los que la participación de la mujer fue clave. Ella, al igual que muchas otras, la mayoría comunistas, también lo fue en las huelgas del 62. En aquel año Anita encabezaba la actuación y trataba de frenar la incorporación de mineros al trabajo cuando, ya sin ingresos, se disponía a volver a la mina.
Conocían esta acción como "ir a tomar esquiroles", los mismos a quienes arrojaban maíz en los caminos próximos, "una manera sutil de llamarlos gallinas". Recuerda que, tras meses de huelgas "eran muchos los que querían volver a trabajar". Además, los comercios fiaban cada vez menos y "el hambre apretaba". Luchaban "por lo que era justo", pero les hechos le pasaron factura. Sufre sordera a causa de las palizas, de las muchas que recibió en las manifestaciones y también en el calabozo, donde llegó a fingir un embarazo para intentar evitarlas, "algo que no funcionó".
Sirgo está convencida de que todo lo conseguido "fue gracias a lo que hicimos en la calle". Organización, unidad y creer en aquello para lo que luchamos, son a su juicio los pilares básicos "para no volver a atrás".